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Psicología — Pénélope Delaur

Rimbaud y el delirio infernal del narcisismo y de la dependencia emocional


En sus «Delirios» (Una temporada en el infierno), Rimbaud describe la tortura que es la dependencia emocional de una «Virgen loca» con respecto a su «Esposo infernal» y narcisista, bajo la forma de una confesión brutalmente auténtica. La mayoría de los análisis franceses del poema cuestiona su dimensión autobiográfica: intentan demonstrar que el «Esposo infernal» es una imagen del poeta maldito, Rimbaud, y que la «Virgen loca» es una imagen de su amante dulce, Verlaine (Suzanne Bernard). Otras aseguran que se trata más bien del delirio del alma del primer Rimbaud devorada por un Rimbaud liberado (Marcel A. Ruff). Pierre Brunel concluye finalmente que es un «texto con múltiples significados», como es de costumbre con los escritos de Rimbaud.

En todo caso, este debate que intenta definir de lxs participantes reales de la relación representada en «La Virgen loca – El Esposo infernal» ha silenciado por completo el estudio psicológico y sociológico de las dinámicas de dominación que operan en tal relato. Sin embargo, el texto ilustra con mucha violencia las desigualdades de género mantenidas por la viciosa sociedad patriarcal y denunciadas por las autoras feministas Mona Chollet (Reinventar el amor) y Eva Illouz (Por qué duele el amor). El poema de Rimbaud también posee unas abundancia y modernidad únicas al tocar tantos temas de la psicología relacional contemporánea. Fuesen quienes fuesen, la misteriosa «Virgen loca» y el enigmático «Esposo infernal» hubieran tenido que empezar una terapia de pareja, que sin duda hubiera resultado en un proceso largo y penoso.



La Virgen loca

El Esposo infernal

Escuchemos la confesión de un compañero del infierno:
«Oh divino Esposo, mi Señor, no rechacéis la confesión de la más triste de vuestras sirvientas. Estoy perdida. Estoy borracha. Estoy impura. ¡Qué vida!
»¡Perdón, divino Señor, perdón! ¡Ah, perdón! ¡Qué de lágrimas! ¡Y qué de lágrimas espero más tarde, todavía!
»¡Más tarde, conoceré al divino Esposo! Yo nací sometida a Él.
–¡El otro puede golpearme ahora!
»¡Ahora, estoy en el fondo del mundo! ¡Oh amigas mías!... no, no sois mis amigas... Jamás delirios ni torturas semejantes... ¡Es idiota!
»¡Ah! yo sufro, grito. Sufro en verdad. Sin embargo, todo me está permitido, cargada con el desprecio de los más despreciables corazones.


La aprehensión de la soledad

La Virgen loca, una sirvienta sometida a los hombres, prefiere la embriaguez de sus lágrimas impuras y la violencia de los castigos demoniacos a la aridez de una vida viuda de su Esposo infernal, incluso si fuese compensada por la promesa de una alternativa angélica.



»En fin, hagamos esta confidencia, aunque haya de repetírsela veinte veces más, ¡igualmente sombría, igualmente insignificante!
»Yo soy esclava del Esposo infernal, aquel que perdió a las vírgenes locas. Es precisamente ese demonio. No es un espectro, no es un fantasma. Pero a mí, que he perdido la prudencia, que estoy condenada y muerta para el mundo, ¡no me han de matar! ¡Cómo describíroslo! Ya ni siquiera sé hablar. Estoy de duelo, lloro, tengo miedo. ¡Un poco de frescura, Señor, si lo consentís, si así lo consentís!
»Yo soy viuda... Era viuda... por cierto que sí, yo era muy seria antaño, ¡y no nací para convertirme en esqueleto!...


El descrédito por histeria

Ridiculizan a la loca por su apelativo. Entonces, para protegerse del habitual y funesto descrédito de histérica, ella articula la tangibilidad de su demonio hasta perder el aliento. La inofensiva Virgen está amordazada por la opresión de un Esposo y de una sociedad autoritarios, pero minimiza su martirio insignificante y su ser apagado, a pesar de que llora la muerte de su desgraciada alma condenada. 



Él era casi un niño… Sus delicadezas misteriosas me sedujeron. Olvidé todo mi deber humano para seguirlo. ¡Qué vida! La verdadera vida está ausente. No pertenecemos al mundo. Yo voy adonde él va, no hay qué hacerle. Y a menudo él se encoleriza contra mí, contra mí, una pobre alma. ¡El Demonio! Porque es un Demonio, sabéis, no es un hombre.


El abandono de una misma

Al estar seducida por el Maligno, se convierte en la sombra de su opresor, y no tiene otra opción que dejarle su vida. Se siente obligada a seguirlo por creer que es el deber de la pareja, pues pierde su humanidad en una caída ineluctable a los abismos.



»El dice: "Yo no amo a las mujeres. Hay que reinventar el amor, es cosa sabida. Ellas no pueden desear más que una posición segura. Conquistada la posición, corazón y belleza se dejan de lado: sólo queda un frío desdén, alimento del matrimonio hoy por hoy. O bien veo mujeres, con los signos de la felicidad, de las que yo hubiera podido hacer buenas camaradas, devoradas desde el principio por brutos sensibles como fogatas ..."
»Yo lo escucho hacer de la infamia una gloria, de la crueldad un hechizo.


El peso de la sociedad patriarcal

El Demonio se hace la voz del patriarcado, y conciencia a las mujeres del marasmo de las relaciones afectivas. Sin embargo, es la brutalidad despiadada de los hombres que corroe la belleza empática de las mujeres hechizadas, afeando las esposas ya enlutadas de su soltería, a favor de niñitas alegres e inmaculadas, con el corazón ingenuo e irresistiblemente apetitoso.



"Soy de raza lejana: mis padres eran escandinavos; se perforaban las costillas, se bebían la sangre. Yo me voy a hacer cortaduras por todo el cuerpo, me voy a tatuar, quiero volverme horrible como un mongol: ya verás, aullaré por las calles. Quiero volverme loco de rabia. Jamás me muestres joyas, me arrastraría y me retorcería sobre la alfombra. Mi riqueza, yo la querría toda manchada de sangre. Jamás trabajaré..."
»Muchas noches, como su demonio se apoderara de mí, nos molíamos a golpes, ¡yo luchaba con él! Por las noches, ebrio a menudo, se embosca en las calles o en las casas, para espantarme mortalmente. "De veras, me van a cortar el pescuezo; va a ser asqueroso" ¡Oh! esos días en que quiere aparecer con aires de crimen.
»A veces habla, en una especie de dialecto enternecido, de la muerte que trae el arrepentimiento, de los desdichados que indudablemente existen, de los trabajos penosos, de las partidas que desgarran el corazón. En los tugurios donde nos emborrachábamos, él lloraba al considerar a los que nos rodeaban, rebaño de la miseria. Levantaba del suelo a los beodos en las calles oscuras. Sentía la piedad de una mala madre por los niños pequeños. Ostentaba gentilezas de niñita de catecismo. Fingía estar enterado de todo, comercio, arte, medicina. ¡Yo lo seguía, no había nada que hacer!


La inconsistencia del narcisismo

La locura de la Virgen se ve alimentada por el doble juego infernal de su Esposo, cuya máscara de palabras altruistas y angélicas oculta el rostro demoníaco de un ser narcisista que tiene un comportamiento destructor, violento e indiferente a la misera de su amante. Ella está despojada de sus propias conmociones, y lucha contra los delirios del Diablo como si fueran suyos.



»Veía todo el decorado de que se rodeaba en su imaginación; vestimentas, paños, muebles; yo le prestaba armas, otro rostro. Yo veía todo lo que lo emocionaba, como él hubiera querido crearlo para sí. Cuando me parecía tener el espíritu inerte, lo seguía, yo, en acciones extrañas y complicadas, lejos, buenas o malas: estaba segura de no entrar nunca en su mundo. Junto a su querido cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas he velado, preguntándome por qué deseaba tanto evadirse de la realidad. Jamás hombre alguno tuvo ansia semejante.


La idolatría de una personalidad evitativa

La Virgen se fascina por su Esposo extraño y complejo, pero se siente cada vez más marginalizada, porque suele ser incapaz de comprender la realidad de un hombre tan especial. A los ojos de una sirvienta fanática, su singularidad le impulsa en una ascensión de los infiernos a los cielos, haciéndole insustituible. 



Yo me daba cuenta —sin temer por él— que podía ser un serio peligro para la sociedad. ¿Quizá tiene secretos para transformar la vida? No, no hace más que buscarlos, me replicaba yo. En fin, su caridad está embrujada y soy su prisionera. Ninguna otra alma tendría suficiente fuerza —¡fuerza de desesperación!— para soportarla, para ser protegida y amada por él. Por lo demás, yo no me lo figuraba con otra alma: uno ve su Ángel, jamás el Ángel ajeno —según creo—.


El síndrome de Estocolmo

Lejos de la debilidad y de la ignorancia que están demasiado a menudo asimiladas al fatalismo de las víctimas de la perversidad, la rehén de un carcelero cautivador con rasgos escandinavos aguanta con valentía y lucidez los maleficios perniciosos de su Ángel negro, del que ya no puede liberarse.



Yo estaba en su alma como en un palacio que se ha abandonado para no ver una persona tan poco noble como nosotros: eso era todo. ¡Ay! dependía de él por completo. ¿Pero qué pretendía él de mi existencia cobarde y opaca? ¡Si bien no me mataba, tampoco me volvía mejor! Tristemente despechada, le dije algunas veces: "Te comprendo". Él se encogía de hombros.
»Así, como mi pena se renovara sin cesar, y como me sintiera más extraviada ante mis propios ojos —¡como ante todos los ojos que hubieran querido mirarme, de no haber estado condenada para siempre al olvido de todos!—.


El desamor propio

La Virgen arroja su amor propio a los infiernos, tras los barrotes chapados en oro de una mazmorra hecha pasto de las llamas. Se recluye en las sombras, su vestido de color blanco roto descolorado por la aversión de sí y el fervor antiguamente salvador ya consumado, mientras la indiferencia de su guardián espantoso condena al olvido a su esqueleto milagroso.



Tenía cada vez más y más hambre de su bondad. Con sus besos y sus abrazos amistosos, yo entraba realmente en un cielo, un sombrío cielo, en el que hubiera querido que me dejaran pobre, sorda, muda, ciega. Ya empezaba a acostumbrarme. Y nos veía a ambos, como a dos niños buenos, libres de pasearse por el Paraíso de la tristeza. Nos poníamos de acuerdo. Muy emocionados, trabajábamos juntos.


La dependencia emocional

El espectro de la difunta Virgen loca ya está incapaz de bondad hacia ella misma. Se vuelve esclavo de los arbitrarios estados de ánimo de su Ángel infernal y maldito. Sus caricias, que se hacen cada vez más escasas, le recuerdan a la nostalgia de un pasado maravilloso y liberado de los grilletes que siguen deteniendo su alma quemada en las profundidades de los abismos. Ya que está invisible en la tierra y prisionera del limbo, tal dulzura celesta, aunque nublada, es su único rayo de esperanza.



Pero después de una penetrante caricia, me decía: "Cuando yo ya no esté, qué extraño te parecerá esto por lo que has pasado. Cuando ya no tengas mis brazos bajo tu cuello, ni mi corazón para descansar en él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque algún día, tendré que irme, muy lejos. Pues es menester que ayude a otros: tal es mi deber. Aunque eso no sea nada apetitoso... alma querida..."


El rechazo del compromiso

El Esposo está incapaz de cualquier forma de apego emocional. Entonces, amenaza con sadismo la última extremaunción a la que se aferra su devota fantasma. Se cansa de una Virgen calcinada, se regodea en su omnipotencia, y redobla las excusas altruistas para irse a devorar los corazones apetitosos de solteras inmaculadas.



De inmediato yo me presentía, sin él, presa del vértigo, precipitada en la sombra más tremenda: la muerte. Y le hacía prometer que no me abandonaría. Veinte veces me hizo esa promesa de amante. Era tan frívolo como yo cuando le decía: "Te comprendo".
»Ah, jamás he tenido celos de él. Creo que no ha de abandonarme. ¿Qué haría? No conoce a nadie, jamás trabajará. Quiere vivir sonámbulo. ¿Bastarían su bondad y su caridad para otorgarle derechos en el mundo real?


El miedo al abandono

Aunque ya está enterrada en la mazmorra, la perspectiva de la partida de un Cerbero infiel la hace caer todavía más profundamente en la angustia y el sufrimiento psicológico. Mientras llega la etapa del purgatorio, la Virgen loca pero sobre todo destrozada se hunde en celos, lo cual no es natural para ella. Recurre a súplicas incesantes para conjurar el golpe de gracia. Ya ha perdido la fe, solo le queda la autoconvicción como último recurso.



Por momentos, olvido la miseria en que he caído: él me tornará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre el empedrado de ciudades desconocidas, sin cuidados, sin penas. O yo me despertaré, y las leyes y, las costumbres habrán cambiado —gracias a su poder mágico—; el mundo, aunque continúe siendo el mismo, me dejará con mis deseos, con mis dichas, con mis indolencias.


El refugio en fantasías psíquicas imaginarias

La indefectible moribunda está secuestrada en un cerco de angustia y desesperación que la oprime, y entonces implementa un mecanismo de supervivencia. Siendo consciente de que el sombrío cielo se está volviendo tormentoso, encuentra refugio en sus propios delirios fantasmagóricos y tranquilizadores.



¡Oh!, ¿me darás la vida de aventuras que existe en los libros para niños, como recompensa, por tanto como he sufrido? Pero él no puede.


El condicionamiento de los cuentos de hadas

Ya que se quedó virgen del amor verdadero que la literatura le había prometido, sus sueños caídos reavivan aún más el odioso suplicio. Sus planes para el futuro, que había moldeado al respecto, arden con el fuego de los infiernos. Un sentimiento de injusticia fulmina a la ingenua soñadora.



Yo ignoro su ideal. Me ha dicho que siente nostalgias, esperanzas: eso no debe concernirme. ¿Le habla a Dios?
»Quizá debiera yo dirigirme a Dios. Estoy en lo más profundo del abismo, y ya no sé orar.


La falta de comunicación

Por temor a importunar su desalmado opresor con tormentos insignificantes, la infortunada no se atreve a proseguir la quimera del dialogo. La Virgen, condenada, se considera única responsable de su devoción al Diablo, y no piensa merecer que se escuchen sus oraciones, ni divinas ni profanas. 



»Si él me explicara sus tristezas, ¿las comprendería yo mejor que sus burlas? Me ataca, pasa horas avergonzándome con todo lo que ha podido conmoverme en el mundo; y se indigna si lloro.
»"¿Ves a ese joven elegante que entra en una hermosa y tranquila residencia? Se llama Duval, Dufour, Armando, Mauricio, ¿qué sé yo? Una mujer se ha consagrado a amar a ese malvado idiota: ella ha muerto, y es seguro que ahora es una santa en el cielo. Tú causarás mi muerte, como él causó la muerte de esa mujer. Esa es la suerte que nos toca a nosotros, corazones caritativos..."


El victimismo como técnica de culpabilización

El maquiavélico Esposo infernal de doble cara se sirve de hechizos pérfidos para transfigurarse en una Virgen buena y víctima del amor de la Virgen loca. La loca ha sido engañada por un Demonio, quien la carga con culpabilidad y se vuelve presa de una vergüenza afiebrada, sudando lágrimas de incomprensión impermeables a la compasión de una hipócrita santa en el cielo.



¡Ay! había días en que todos los hombres con sus actos le parecían juguetes de grotescos delirios: y, se reía espantosamente, durante largo rato. Luego, recuperaba sus maneras de joven madre, de hermana querida. ¡Si fuera menos salvaje, estaríamos salvados! Pero también su dulzura es mortal. Yo me le someto. ¡Ah, estoy loca!
»Acaso un día desaparezca maravillosamente; pero es menester que yo sepa si ha de subir a algún cielo, ¡que pueda ver un poco la asunción de mi novio!»


El complejo de la salvadora

Al perdonarle por el sadismo de sus burlas que se esconde tras la dulzura de sus palabras bonitas, la Virgen reconoce la locura de su empática sumisión. Le exime de su responsabilidad. Entonces, le salva de la condenación, de la misma manera que lo haría con un psicópata salvaje, empobrecido por ignorar la moral y carecer penosamente de empatía.



¡Vaya una pareja!

No es tan bonito cuando lo miramos así, ¿verdad?



Tribuna escrita y traducida del francés al castellano por Pénélope Delaur

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Poema traducido del francés al castellano por Alba Learning y corregido por Pénélope Delaur

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